La propuesta de Alan García, contenida en su artículo "El síndrome del perro del hortelano", como era de esperar, ha recibido el entusiasta apoyo de la derecha política y empresarial.
Supuestamente Alan García se preocupa por los pobres, pero una propuesta que quiere concentrar todavía más los recursos en pocas manos va a incrementar aún más la brecha social. Es de recordar que América Latina es la región más desigual del mundo, y que el Perú es uno de los países más desiguales del continente. No hay solución si no se redistribuye la riqueza.
Alan García llegó al poder con la promesa de un "cambio responsable": su alternativa al programa de Unidad Nacional, "el gobierno de los ricos" (García dixit). Hoy García ha asumido como suyo ese mismo programa. Repitiendo el guión de Alberto Fujimori en 1990, García se ha pasado a la derecha con armas y bagajes, traicionando a sus electores. El transfuguismo ideológico contribuye a desprestigiar la política, al punto de que "político" es considerado hoy casi una mala palabra.
Quienes apoyan el viraje de García apuestan a profundizar el carácter primario exportador de la economía peruana, vendedora de materias primas y dependiente de las fluctuaciones de los precios en el mercado internacional, cuando hay alarma ante la amenaza de una recesión mundial.
En el Perú, la privatización de las empresas representa inmediatamente su desnacionalización. Aún más, la "privatización", en varios casos, es solo desnacionalización. La venta del sistema telefónico peruano por Fujimori en 1994 es paradigmática: aunque se anunció como "privatización" la que compró el sistema fue la Telefónica de España, otra empresa estatal. Se desnacionalizó, no privatizó. Algo similar sucede hoy con la minería, al presentar como "privatizaciones" la venta de Marcona y Majaz a consorcios estatales chinos.
En el Perú no existe una clase empresarial capaz de adquirir los recursos que el Estado saca a la venta, como sucede en Chile, donde se refuerza un sector privado chileno que no solo tiene presencia nacional sino que está expandiéndose sobre otros países, como el Perú. La burguesía peruana, al aliarse con los capitales imperialistas, aspira a jugar el papel de socia menor, aportando sus contactos y su conocimiento del medio político, para facilitar los negocios y hacer lobbies en defensa de los intereses de las empresas transnacionales. Pretender que esto es "modernidad" es vender la vieja propuesta oligárquica como posmoderna.
Aparentemente, la burguesía peruana no es consciente de las tempestades que está sembrando. Lástima que la factura no la pagará ella sola.
Supuestamente Alan García se preocupa por los pobres, pero una propuesta que quiere concentrar todavía más los recursos en pocas manos va a incrementar aún más la brecha social. Es de recordar que América Latina es la región más desigual del mundo, y que el Perú es uno de los países más desiguales del continente. No hay solución si no se redistribuye la riqueza.
Alan García llegó al poder con la promesa de un "cambio responsable": su alternativa al programa de Unidad Nacional, "el gobierno de los ricos" (García dixit). Hoy García ha asumido como suyo ese mismo programa. Repitiendo el guión de Alberto Fujimori en 1990, García se ha pasado a la derecha con armas y bagajes, traicionando a sus electores. El transfuguismo ideológico contribuye a desprestigiar la política, al punto de que "político" es considerado hoy casi una mala palabra.
Quienes apoyan el viraje de García apuestan a profundizar el carácter primario exportador de la economía peruana, vendedora de materias primas y dependiente de las fluctuaciones de los precios en el mercado internacional, cuando hay alarma ante la amenaza de una recesión mundial.
En el Perú, la privatización de las empresas representa inmediatamente su desnacionalización. Aún más, la "privatización", en varios casos, es solo desnacionalización. La venta del sistema telefónico peruano por Fujimori en 1994 es paradigmática: aunque se anunció como "privatización" la que compró el sistema fue la Telefónica de España, otra empresa estatal. Se desnacionalizó, no privatizó. Algo similar sucede hoy con la minería, al presentar como "privatizaciones" la venta de Marcona y Majaz a consorcios estatales chinos.
En el Perú no existe una clase empresarial capaz de adquirir los recursos que el Estado saca a la venta, como sucede en Chile, donde se refuerza un sector privado chileno que no solo tiene presencia nacional sino que está expandiéndose sobre otros países, como el Perú. La burguesía peruana, al aliarse con los capitales imperialistas, aspira a jugar el papel de socia menor, aportando sus contactos y su conocimiento del medio político, para facilitar los negocios y hacer lobbies en defensa de los intereses de las empresas transnacionales. Pretender que esto es "modernidad" es vender la vieja propuesta oligárquica como posmoderna.
Aparentemente, la burguesía peruana no es consciente de las tempestades que está sembrando. Lástima que la factura no la pagará ella sola.
m. galves