El recurrente uso del término 'narcoterrorismo' para calificar acciones armadas como la recientemente perpetrada contra la comisaría de Ocobamba (Andahuaylas), extiende un manto de ambigüedad sobre su origen y sus verdaderos objetivos.
Si bien no se puede negar la existencia de grupos de senderistas o de ex senderistas que prestan servicios a los narcotraficantes y se "promueven" como los mejores guardianes de esas regiones, hay en este ámbito tres hechos nuevos especialmente peligrosos.
El primero es que los narcotraficantes están organizando sus propias fuerzas paramilitares con decenas de jóvenes desocupados, sean o no estos ex licenciados de las Fuerzas Armadas. El segundo hecho irrecusable es que el narcotráfico ha extendido sus redes de influencia: crecen los rumores de penetración en instituciones del Estado como la Policía, y ha multiplicado sus circuitos de transporte de la droga, desde los lugares de producción hasta los diferentes puertos y caletas de la costa. El tercero es que el 'lavado' de dinero del narcotráfico, como consecuencia de esta nueva situación, se ha incrementado hasta los dos mil millones de dólares anuales. El ministro del Interior anunció alegremente la alta cifra, pero no dijo nada sobre qué se está haciendo al respecto.
Es imprescindible que las autoridades precisen cuál es la situación de Sendero y cuál la del narcotráfico. La razón es simple: del diagnóstico derivará la estrategia que se debe seguir. Es conocido que Sendero Luminoso se está reorganizando política y orgánicamente en diferentes regiones del país y que algunas de las columnas armadas en el Huallaga y el VRAE obedecerían a sus directivas. Pero a pesar de estos esfuerzos relativamente exitosos por reorganizarse, Sendero no es ni la sombra de lo que fue hace quince años. De hecho, hay que evitar que lo vuelva a ser, sobre todo si insiste en la tesis de la "guerra popular", pero el problema actual no se puede encubrir con calificativos ambiguos como el de "narcoterrorista".
Hoy por hoy, el narcotráfico es de lejos el principal problema para la seguridad de las personas y el Estado peruanos. Esta precisión es importante porque, al margen de sus eventuales alianzas, no da lo mismo enfrentar a Sendero que al narcotráfico. El dinero del narcotráfico no sirve para "hacer la revolución" sino para hacer más dinero en la economía formal, para formar sus grupos empresariales propios, para 'blanquearse' hasta obtener el poder necesario para negociar de igual a igual con las "fuerzas vivas". Pero algo más: el narcotráfico asesina policías pero, a diferencia de Sendero, no tiene la intención de destruir el Estado; busca penetrarlo, contaminarlo, ponerlo a su servicio.
Si bien no se puede negar la existencia de grupos de senderistas o de ex senderistas que prestan servicios a los narcotraficantes y se "promueven" como los mejores guardianes de esas regiones, hay en este ámbito tres hechos nuevos especialmente peligrosos.
El primero es que los narcotraficantes están organizando sus propias fuerzas paramilitares con decenas de jóvenes desocupados, sean o no estos ex licenciados de las Fuerzas Armadas. El segundo hecho irrecusable es que el narcotráfico ha extendido sus redes de influencia: crecen los rumores de penetración en instituciones del Estado como la Policía, y ha multiplicado sus circuitos de transporte de la droga, desde los lugares de producción hasta los diferentes puertos y caletas de la costa. El tercero es que el 'lavado' de dinero del narcotráfico, como consecuencia de esta nueva situación, se ha incrementado hasta los dos mil millones de dólares anuales. El ministro del Interior anunció alegremente la alta cifra, pero no dijo nada sobre qué se está haciendo al respecto.
Es imprescindible que las autoridades precisen cuál es la situación de Sendero y cuál la del narcotráfico. La razón es simple: del diagnóstico derivará la estrategia que se debe seguir. Es conocido que Sendero Luminoso se está reorganizando política y orgánicamente en diferentes regiones del país y que algunas de las columnas armadas en el Huallaga y el VRAE obedecerían a sus directivas. Pero a pesar de estos esfuerzos relativamente exitosos por reorganizarse, Sendero no es ni la sombra de lo que fue hace quince años. De hecho, hay que evitar que lo vuelva a ser, sobre todo si insiste en la tesis de la "guerra popular", pero el problema actual no se puede encubrir con calificativos ambiguos como el de "narcoterrorista".
Hoy por hoy, el narcotráfico es de lejos el principal problema para la seguridad de las personas y el Estado peruanos. Esta precisión es importante porque, al margen de sus eventuales alianzas, no da lo mismo enfrentar a Sendero que al narcotráfico. El dinero del narcotráfico no sirve para "hacer la revolución" sino para hacer más dinero en la economía formal, para formar sus grupos empresariales propios, para 'blanquearse' hasta obtener el poder necesario para negociar de igual a igual con las "fuerzas vivas". Pero algo más: el narcotráfico asesina policías pero, a diferencia de Sendero, no tiene la intención de destruir el Estado; busca penetrarlo, contaminarlo, ponerlo a su servicio.
s.p.
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