sábado, 17 de noviembre de 2007

Perfil del idiota ultraliberal

Un ultraliberal idiota debe de usar tirantes de color beige y creer que Uagadugú es una palabra mágica de la saga de Harry Potter y no la capital de Burkina Faso. Es imperativo que desconozca las películas de Ken Loach, las canciones de Soledad Bravo, los poemas de Gabriel Celaya, el teatro de Peter Weiss, la nariz con giba de Rosa Luxemburgo y, por supuesto, las crónicas desde Italia de José Carlos Mariátegui.
También debe creer que el mundo que realmente importa se reduce a la Gran Manzana de Manhattan y que las leyes de la mecánica celeste las aplicó Henry Ford en sus cadenas de montaje y que en la galaxia Alpha Centauro también manda el Banco Mundial y conocen la adorada pezuña de Wolfenson, el del calcetín roto y el alma de poliuretano.
Un ultraliberal idiota no puede ser sólo un lector ferviente del “Times” y “The Economist”. Tiene que conocer muchas más cosas de trascendencia: la edad de Carolina Herrera, los lugares desde donde se puede bajar música psycho, las caídas hondas del señor Marichalar y el libro de memorias de Ronald Reagan, que sólo podía escribir (su firma) debajo de las órdenes de desembarco.
El liberal idiota también está convencido de que la mano invisible del mercado y la de Maradona contra Inglaterra son la misma mano. Y la misma que le dispara al brasileño en el metro de Londres, al palestino junto al muro, al iraquí desde las nubes. Y la misma que busca la entrepierna de la jovencita en un bar de Bangkok. O de Manila. O de cualquier ciudad tercermundista todavía más empobrecida por el modelo económico en boga. El liberal idiota está convencido de que el mundo será siempre la confederación de los que pudren los océanos con petróleo, el ozono con sus chimeneas, el sexo con latigazos, la economía con sus cifras de desempleo, el caminar con su asfalto, los pájaros con su insaciabilidad por la madera, las sociedades con su tele, los pueblos con sus recetas “salvadoras”, la libertad con su sordidez, la agricultura con sus TLC y hasta el Internet con su pedofilia y toda esa basura del pensamiento débil y la abolición de la verdad como concepto.
Un ultraliberal idiota debe ser hijo de la IBM, nietecito de la General Motors, primo de Microsoft, biznieto de la Bayer (la de los gases en los campos de concentración) y siempre súbdito del rey Leopoldo de Bélgica, todo un ejemplo de epopeya extractiva y matanza de negros en safari.
Lo que traducido a nuestro medio debe de entenderse como ser hermanón de Pancho Tudela –o sea fujimorista ciempiés–, súbdito de Alicorp, mandadero del Banco República, amigote de algún Pollack, lector de Valle Riestra, creyente de la selección de Chemo del Solar y enemigo de las ONG caviares que quieren desprestigiar a nuestras heroicas Fuerzas Armadas.
Si el Perú vomitase, ostra vez, a un Fujimori, el idiota ultraliberal estaría allí diciendo presente, para servirle, a quién hay que embarrar.
Porque junto a su ideario internacional estilo Thatcher, el idiota ultraliberal es, a la hora de los loros, un intervencionista estatal y un expropiador de voluntades. Sobre todo cuando el Estado lo ocupa un fascista ladrón como don Augusto Pinochet, que es, como se sabe, el padre del modelo ultraliberal en Latinoamérica.
Porque nunca debemos de olvidar la historia que la señorita Susana quiere que olvidemos: en esta parte del mundo el ultraliberalismo se impuso con éxito en el Chile bañado en sangre después del trabajo de la derecha asesina, el Nixon que todos conocimos y el Kissinger neonazi que no termina de morir.
O sea que en estos reinos el idiota ultraliberal tiene las manitas bien manicuradas bañadas en sangre. Por eso se las lava a cada rato.
c.h.
LP..e.d.q.i.r.