La reciente reunión empresarial CADE 2007 me hizo pensar en cómo se ha empobrecido el nivel de ideas de esa congregación. En 1989, el centro de esa escena lo ocupó Mario Vargas Llosa, entonces candidato presidencial que traía el frontal mensaje del neoliberalismo. Ahora, la pobre (es un decir) audiencia se ha tenido que contentar con un sermón de Alan García.
En el certamen de 1989 participé en el panel que discutió las ideas de Vargas Llosa. “Los panelistas que me tocaron”, escribe éste en El pez en el agua, “eran un participante del Frente (Democrático), Salvador Majluf, presidente de la Sociedad Nacional de Industrias, y dos adversarios decorosos: el técnico agrario Manuel Lajo Lazo y el periodista César Lévano, uno de los escasos marxistas ponderados del Perú”.
En aquella ocasión, Vargas Llosa lanzó con elegancia y sin tapujos su programa: privatización de las empresas públicas, eliminación de la estabilidad laboral, supresión de la educación gratuita absoluta.
Para evitar que mi versión pudiera parecer sesgada, cito lo que respecto a educación planteó el escritor, según consta en la página 354 de El pez en el agua: “Pondríamos fin a la gratuidad indiscriminada de la enseñanza. A partir del tercer grado de secundaria, la sustituiría un sistema de becas y créditos, a fin de que, quienes estuvieran en condiciones de hacerlo, financiaran en parte o en todo su educación”.
Esos planteamientos alarmaron al sector popular. La izquierda y el Apra, y también algunos líderes de la derecha, discreparon con ira.
Más de un empresario diría días después que aprobaba lo que Vargas Llosa proponía; pero que no hubiera debido ser tan franco. Al autor de Conversación en la Catedral le atribuyeron en la campaña electoral el haber propuesto el despido de 500 mil empleados públicos. No era cierto.
Era exacto, en cambio, lo que Vargas Llosa aduce: “Durante el gobierno de Alan García, por causa de la inflación con recesión -la llamada estagflación- los analistas calculan que en el Perú se perdieron unos quinientos mil puestos de trabajo”.
En la Conferencia aquella opuse mis razones contra el programa del novelista. Recordé que lo que él planteaba era lo mismo que durante años habían reclamado los grandes empresarios peruanos, que nunca se han distinguido por su responsabilidad social. Así lo dije, y consta en actas. Vargas Llosa, al responder a mi crítica, dijo: “A Lévano, que es uno de los pocos amigos marxistas que me quedan en el mundo, le reconozco autoridad y solvencia para opinar”.
En realidad, salvo en la enseñanza, el programa de Vargas Llosa ha sido aplicado por Fujimori, continuado por Toledo y seguido y exaltado por García. En el obituario de la derecha peruana habría que incluir este epitafio: Vivió de sombras y de sobras.
D.C.L.
Prensa escrita.