El sábado último almorcé con dos amigos, uno antiquísimo y otro reciente. Ambos tienen formación académica excelente. Uno de ellos en más de una universidad europea.En algún momento del extenso diálogo tocamos este punto: el desinterés de las nuevas generaciones estudiantiles por los problemas nacionales, incluso los que más les conciernen.Ninguno de mis interlocutores alcanza mi edad. Uno está en torno a los 30 años de edad, y ha estudiado en universidades de Cusco y de Lima. Este último me cuenta de un profesor universitario que ha enseñado en París y que recientemente le confidenció: “¿Qué puedo hacer para despertar en mis alumnos el interés por los grandes asuntos? A lo mejor soy yo el que está fuera de lugar”.Varias causas crean esos jóvenes indiferentes de hoy. Una es la ausencia de ideales. Hasta hace treinta años, los muchachos vibraban con una esperanza de cambio. En mis lejanos días de colegial nocturno del “Alfonso Ugarte”, el imperecedero El mundo es ancho y ajeno de Ciro Alegría nos hacía soñar con la justicia para el indio y el obrero.El fracaso político y moral del primer gobierno aprista, de Alan García; la quiebra del bloque soviético, por obra de un estatismo y un burocratismo rígido; la barbarie implantada por Sendero Luminoso; la incapacidad de los partidos de izquierda para avivar esperanzas, articular reclamos, incorporar a las capas medias y a los nuevos actores sociales: todo eso explica en parte el vacío del alma juvenil.Un área de ese vacío la cubre la ausencia de lecturas, el desinterés y aun el desdén por los libros. Con excepciones brillantes, desde luego. Hace algunos meses, el Le Monde parisiense publicó un reportaje sobre el habla juvenil en sectores populares de Francia: consistía ésta en unas 400 palabras a lo más, incluida una jerga particular. La televisión es la madre del carnero.La preocupación podría extenderse en el Perú a los políticos y los periodistas. Algunos hay cuyo léxico sólo es apto para el insulto. De mi largo periplo por el periodismo puedo extraer este axioma: los que leen buena literatura, gran poesía, ensayo lúcido son siempre los mejores.En ninguna función como la del periodismo es tan necesaria la lectura. El genial don Francisco de Quevedo alabó así los libros: “Si no siempre entendidos, siempre abiertos, / o enmiendan, o fecundan mis asuntos”. Quellca riman: los libros hablan, se lee en el Pachakuteq de Federico García y Pilar Roca. Ryszard Kapuscinski, el gran cronista polaco fallecido hace poco --alguien lo llamó “el García Márquez del periodismo”-- escribió en su libro Los cinco sentidos del periodista: “Creo que existe una proporción entre la lectura previa y la buena escritura: para producir una página debimos haber leído cien. Ni una menos”.
lunes, 29 de octubre de 2007
Los Libros No Muerden
Cesar Levano
El sábado último almorcé con dos amigos, uno antiquísimo y otro reciente. Ambos tienen formación académica excelente. Uno de ellos en más de una universidad europea.En algún momento del extenso diálogo tocamos este punto: el desinterés de las nuevas generaciones estudiantiles por los problemas nacionales, incluso los que más les conciernen.Ninguno de mis interlocutores alcanza mi edad. Uno está en torno a los 30 años de edad, y ha estudiado en universidades de Cusco y de Lima. Este último me cuenta de un profesor universitario que ha enseñado en París y que recientemente le confidenció: “¿Qué puedo hacer para despertar en mis alumnos el interés por los grandes asuntos? A lo mejor soy yo el que está fuera de lugar”.Varias causas crean esos jóvenes indiferentes de hoy. Una es la ausencia de ideales. Hasta hace treinta años, los muchachos vibraban con una esperanza de cambio. En mis lejanos días de colegial nocturno del “Alfonso Ugarte”, el imperecedero El mundo es ancho y ajeno de Ciro Alegría nos hacía soñar con la justicia para el indio y el obrero.El fracaso político y moral del primer gobierno aprista, de Alan García; la quiebra del bloque soviético, por obra de un estatismo y un burocratismo rígido; la barbarie implantada por Sendero Luminoso; la incapacidad de los partidos de izquierda para avivar esperanzas, articular reclamos, incorporar a las capas medias y a los nuevos actores sociales: todo eso explica en parte el vacío del alma juvenil.Un área de ese vacío la cubre la ausencia de lecturas, el desinterés y aun el desdén por los libros. Con excepciones brillantes, desde luego. Hace algunos meses, el Le Monde parisiense publicó un reportaje sobre el habla juvenil en sectores populares de Francia: consistía ésta en unas 400 palabras a lo más, incluida una jerga particular. La televisión es la madre del carnero.La preocupación podría extenderse en el Perú a los políticos y los periodistas. Algunos hay cuyo léxico sólo es apto para el insulto. De mi largo periplo por el periodismo puedo extraer este axioma: los que leen buena literatura, gran poesía, ensayo lúcido son siempre los mejores.En ninguna función como la del periodismo es tan necesaria la lectura. El genial don Francisco de Quevedo alabó así los libros: “Si no siempre entendidos, siempre abiertos, / o enmiendan, o fecundan mis asuntos”. Quellca riman: los libros hablan, se lee en el Pachakuteq de Federico García y Pilar Roca. Ryszard Kapuscinski, el gran cronista polaco fallecido hace poco --alguien lo llamó “el García Márquez del periodismo”-- escribió en su libro Los cinco sentidos del periodista: “Creo que existe una proporción entre la lectura previa y la buena escritura: para producir una página debimos haber leído cien. Ni una menos”.
El sábado último almorcé con dos amigos, uno antiquísimo y otro reciente. Ambos tienen formación académica excelente. Uno de ellos en más de una universidad europea.En algún momento del extenso diálogo tocamos este punto: el desinterés de las nuevas generaciones estudiantiles por los problemas nacionales, incluso los que más les conciernen.Ninguno de mis interlocutores alcanza mi edad. Uno está en torno a los 30 años de edad, y ha estudiado en universidades de Cusco y de Lima. Este último me cuenta de un profesor universitario que ha enseñado en París y que recientemente le confidenció: “¿Qué puedo hacer para despertar en mis alumnos el interés por los grandes asuntos? A lo mejor soy yo el que está fuera de lugar”.Varias causas crean esos jóvenes indiferentes de hoy. Una es la ausencia de ideales. Hasta hace treinta años, los muchachos vibraban con una esperanza de cambio. En mis lejanos días de colegial nocturno del “Alfonso Ugarte”, el imperecedero El mundo es ancho y ajeno de Ciro Alegría nos hacía soñar con la justicia para el indio y el obrero.El fracaso político y moral del primer gobierno aprista, de Alan García; la quiebra del bloque soviético, por obra de un estatismo y un burocratismo rígido; la barbarie implantada por Sendero Luminoso; la incapacidad de los partidos de izquierda para avivar esperanzas, articular reclamos, incorporar a las capas medias y a los nuevos actores sociales: todo eso explica en parte el vacío del alma juvenil.Un área de ese vacío la cubre la ausencia de lecturas, el desinterés y aun el desdén por los libros. Con excepciones brillantes, desde luego. Hace algunos meses, el Le Monde parisiense publicó un reportaje sobre el habla juvenil en sectores populares de Francia: consistía ésta en unas 400 palabras a lo más, incluida una jerga particular. La televisión es la madre del carnero.La preocupación podría extenderse en el Perú a los políticos y los periodistas. Algunos hay cuyo léxico sólo es apto para el insulto. De mi largo periplo por el periodismo puedo extraer este axioma: los que leen buena literatura, gran poesía, ensayo lúcido son siempre los mejores.En ninguna función como la del periodismo es tan necesaria la lectura. El genial don Francisco de Quevedo alabó así los libros: “Si no siempre entendidos, siempre abiertos, / o enmiendan, o fecundan mis asuntos”. Quellca riman: los libros hablan, se lee en el Pachakuteq de Federico García y Pilar Roca. Ryszard Kapuscinski, el gran cronista polaco fallecido hace poco --alguien lo llamó “el García Márquez del periodismo”-- escribió en su libro Los cinco sentidos del periodista: “Creo que existe una proporción entre la lectura previa y la buena escritura: para producir una página debimos haber leído cien. Ni una menos”.